
Algunas veces pienso, que esos seres que uno crea en la mente, de algún modo deambulan en otro país, en otro mundo, en otra dimensión, de tal manera que cuando la persona llega al punto de inspiración se conecta con ese mundo y logra despertar a los seres en letargo a la espera de comenzar a vivir en nuestras mentes, cuyo vehículo es la hoja de papel con el objetivo para ser plasmados en nuestros relatos, poemas, escritos, etc., etc. Ellos al despertar sufren un verdadero cambio en su línea temporal y comienzan a sufrir bifurcaciones que son las situaciones que tenemos planeados para ellos. Esta forma de actuar de la persona es propia de un creador, donde observa a sus personajes creados por el o prestados de este “mundo de las ideas”. En algunas situaciones nos compadecemos y les otorgamos armas para que se enfrenten a nuestro juego, de alguna manera nos vamos compadeciendo de algunos y otros sin embargo los dejamos vivir en el completa adversidad. Pero llega un momento que esta sensación de inspiración hay una etapa más intensa en la que se destaca porque tu no sabes bien cual será el destino de tus personajes, haciendo valer ese principio del libre albedrío tus personajes al estar tan completamente definidos en la historia que intentamos narrar, comienzan a realizar actos, que ni siquiera nosotros estamos seguros cual será su resultado, en esta fase nos volvemos espectadores, y nos entretenemos con la forma intensa de vivir de los personajes, ellos hacen y deshacen a su antojo y cuando terminamos de crear la historia, sufrimos un verdadero síndrome del nido vacío pero en conjunto con una sensación de alivio, ya que la historia ha terminado, y finalmente al ser publicada deja de ser nosotros, nuestros hijos comienzan a tener su propia autonomía y viven en la completa eternidad cada vez que es leído por un lector, que le otorgan vida ahora en su propia mente.